Lección 1: La importancia de la acción política

Traemos a nuestro aula de formación las orientaciones que publicaba LA VOZ DE LA TRADICIÓN – ILUSTRACIÓN NACIONAL JAIMISTA-en su número 107 el 18 de octubre de 1912. Es hoy tan actual como entonces, pues el carlismo presente parece haber caído, de nuevo, en un abandono de la política para refugiarse en la parapolítica, en lo histórico, en lo social o en lo filosófico.

Y la política no es eso: es principalmente acción concreta que afecte a la esfera práctica de nuestro devenir como nación. Cualquier otra cosa podrá ser muy digna, y muy urgente, y muy necesaria, pero no es política, y mucho menos política carlista. No podemos seguir creyendo que nuestro deber es custodiar la ortodoxia política hasta que las circunstancias permitan llevarlas al poder. No. Nuestro deber es favorecer el cambio para que nuestras ideas encuentren cuanto antes una realización práctica. Que nuestra guía sea el famoso axioma escolástico: potuit,decuit, ergo fecit.

Carlos Mª Pérez-Roldán y Suanzes-Carpegna

Texto de estudio

¡Sursum corda! y ¡Adelante![1]

Es innegable que circula hoy por las venas del tradicionalismo español un principio de actividad, que lo pone todo en agitada conmoción, un no sé qué de vida que por doquier tiende a exteriorizarse; hasta las pintorescas regiones de Andalucía, que se consideraban como totalmente divorciadas del programa legitimista, se organizan y, obedientes a la voz de un hombre que las llama al combate, se preparan para las grandes batallas que contra la dominación liberal ha de reñir pronto la España tradicional y cristiana.

Y en vista de todo esto, uno se pregunta: siendo tan grande nuestra fuerza, ¿por qué no ganamos? ¿por qué nos contentamos con ser una levadura para un tiempo que no acertamos a precisar? ¿por qué hemos de aspirar solamente a la gloria de que se diga que el jaimismo ha sabido resistir a todos los contratiempos que le han salido al paso en el decurso de su accidentada historia? Si cuando los franceses se apoderaron de España el siglo pasado, nuestros abuelos hubiesen aspirado tan sólo a formar un partido genuinamente nacional sin disputar palmo a palmo el terreno a los invasores, hoy día podríamos enorgullecemos de que seríamos una montaña de granito que no habría podido conmover todo el empuje del enemigo, pero esto no quitaría que gimiéramos aún bajo la dominación tiránica de nuestros opresores.

Las cosas se hacen así, y no hay medio de hacerlas de otra manera. La legalidad actual nos da medios muy eficaces para la defensa práctica de nuestros ideales: sólo falta que nosotros sepamos aprovecharlos.

Debemos convencernos que la lucha armada difícilmente puede tener éxito feliz si no la precede una campaña legal intensa, una propaganda incansable de nuestras ideas y una organización perfecta de nuestras fuerzas.

Ya sé que todo intento de organización encuentra a veces resistencia por parte de muchos amigos nuestros, que prefieren estarse quietos en casa, esperando a que el clarín de la guerra les llame para ir al combate a pelear contra el enemigo de nuestras creencias; pero no importa, cueste lo que cueste, hemos de llamar y hacer venir al campo del honor, que es, hoy por hoy, el de la propaganda y el de la organización legal.

Tantos años de abandono y de letal pesimismo han formado entre muchos de los nuestros un dejamiento que conviene sacudirlo: tantas luchas estériles y casi inverosímiles han producido en ellos un verdadero desaliento.

Profunda tristeza causa ver muchos jaimistas metidos en su casa, suscritos a un periódico neutro, socios de cualquier parte menos de nuestros Centros, y, si les habláis de política, os dirán: «¡Ca! ¡si los jaimistas no podemos hacer nada! Bueno que se conserve el partido por si algún día la revolución se echa a la calle, que por lo demás es inútil todo».

Por ahí se ve que la idea de muchos jaimistas coincide con la de los alfonsinos: tener a nuestro partido como a un espantajo por si acaso algún día éstos últimos lo necesitan para infundir miedo a los de la izquierda.

Para que nuestras masas no se desalienten y se dispersen, quieren los dinásticos mantener en ellas vivo el fuego de la lucha, porque el partido que no lucha, si está en la oposición, muere pronto de inanición. Por eso lo inducen a luchar, no importa contra quién, ya que eso es lo de menos; pues con tal no pelee contra el régimen, ya puede romperse la crisma, aunque sea contra el Preste Juan de las Indias.

Esto me recuerda una anécdota de otros tiempos en los que un periódico católico, maestro en el arte de pelear en tonto, fue ridiculizado por un periodista muy diestro en el manejo de la pluma, el cual, hablando de los del otro periódico, decía que aquellos redactores al levantarse iban ante todo a comulgar, y después de tomar el desayuno se personaban en la redacción. Allí tomaban agua bendita, se santiguaban, y sentados en la mesa, con las cuartillas delante, la pluma en la oreja y con la cabeza apoyada sobre el brazo derecho, se preguntaban unos a otros: «¿A quién despellejaremos hoy?»

En verdad queremos lucha, pero no lucha contra el primero que se presente, como si luchásemos tan sólo para desahogar los malos humores que hay dentro del cuerpo, sino una lucha contra los de arriba, contra los opresores, contra los que dilapidan el tesoro de la nación, contra los que prostituyen la justicia y contra todos aquellos que viven a costa del sudor del pueblo.

Muchos amigos vuestros al quererse explicar el aislamiento en que hasta la fecha hemos vivido, encuentran una salida muy fácil y que les parece que nada deja que desear. Si los republicanos nos aborrecen, es porque son unos sinvergüenzas; si los católicos independientes nos miran con desvío, es porque son unos cuantos pasteleros; si los neutros no nos apoyan, es porque son unos comodones.

Yo que tengo no sé si la virtud o el vicio de pensar las cosas antes de dar mi parecer, creo que si bien puede haber algo de esto en el juicio que se forma respecto del particular, no obstante la causa principal la veo en que no hemos convencido a nadie de que sea, no digo probable, pero ni siquiera posible, nuestro triunfo.

¿Y quién vendrá a nosotros si le vamos con la desalentada sonata de que no pensamos hacer nada sino hasta después de que haya venido la revolución? Y menos mal que tuviésemos todas las cosas preparadas para que, tan pronto como ésta apareciese, estuviésemos en condiciones de darle un soberano puntapié al día siguiente. Pero sin prensa, sin organización, sin opinión pública, ¿en qué contamos, pues, para esta titánica empresa? Podemos sólo contar con el valor de los voluntarios que se ofrecerán gustosos para ir al sacrificio, y más que con esto contamos con la protección que entonces nos dispensarán todos aquellos que verán amenazados sus intereses.

Pero nuestros esfuerzos ¿no resultaron vanos otras veces? y aquella protección ¿no hay que temer que sea sólo para ganar tiempo con el que puedan preparar los alfonsinos una segunda restauración?

No debemos esperarlo todo de las circunstancias: es preciso que vayamos por nuestra cuenta y que nos proporcionemos el tiempo con nuestros esfuerzos.

Vayamos al pueblo y ganémoslo para nuestra causa, no sólo diciéndole que nuestro programa es el mejor de todos, sino que es el que tiene más probabilidades de triunfar. Si enseñamos al pueblo las fuerzas de que disponemos para ir pronto a Madrid a poner a D. Jaime en el trono, tanto si viene como si no viene la revolución, nos ahorraremos mucha saliva y muchos esfuerzos para convencerle.

Sería una cosa muy curiosa si al dirigirnos a una masa obrera haciéndole ver que en nuestro programa está el remedio de todos sus males, una voz interrumpiese al orador y le dijese, «Bueno, muy bueno está todo eso; pero ¿hemos de esperar que vengan las leyes protectoras que necesitamos con urgencia, al año tres mil, como decía aquel autor dramático?»

Ahí está, pues, todo el toque de la cosa; en convencer de que nuestros esfuerzos se encaminan a triunfar. Para esto apaguemos el fuego de la discordia con todos aquellos que muy poco o nada nos interesan; y no olvidemos que si muchos viven retraídos en sus casas y se alejan de nosotros, es porque están en la equivocada creencia de que nosotros no estamos en condiciones de ser poder, y no porque sean pasteleros, comodones, ni traidores.

Nuestros periodistas con sus plumas, nuestros oradores con su palabra y más que todo nuestros propagandistas con su celo organizador, levanten el espíritu del partido, rompan moldes que harto han mostrado ya su inutilidad, y lanzándose por caminos abiertos al tránsito de toda idea sana, siempre a las órdenes de nuestros legítimos jefes, digan con el corazón henchido de esperanza: ¡Sursum corda! y ¡Adelante! y entonces muchos que vagan errantes por otros campos de la política, vendrán a nuestro lado, convencidos de que no somos un partido de románticos, sino de hombres prácticos que vivimos en el terreno de la realidad.

El Solitario


[1] Publicada en La Voz de la Tradición – Ilustración Nacional Jaimista-, nº 107, 18 de octubre de 1912.

Propuesta de actividades

Para el estudio del cuaderno nº 1 se proponen las siguientes actividades:

1- ¿Consideras que el carlismo es una propuesta de acción política?
2- ¿Qué entiendes por acción política?
3- ¿Cuáles son las prioridades políticas que ha de tener el carlismo en la actualidad?
4- ¿Con qué medios organizativos, humanos y de comunicación cuenta actualmente el carlismo?
5- ¿Cómo colaboras tú directamente en la acción carlista? ¿Crees que podrías colaborar más activamente mediante tu trabajo o aportación en las diferentes propuestas carlistas?
Como trabajo para desarrollar en grupo se propone la elaboración de un programa político donde se sistematicen los diez principios programáticos prácticos que se consideren prioritarios en el carlismo actual.

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