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LOS LIBROS DEL CLUB

¡VIVA EL REY!

MONSEÑOR DE SEGUR

Pio IX felicitó a Monseñor de Segur por su opúsculo ¡Viva el rey!, y en su carta recordaba al prelado francés que “no son, en efecto, las sectas impías las únicas que conspiran contra la Iglesia y contra la sociedad: son también todos estos hombres que, aunque se supongan en ellos las más rectas intenciones y la mejor buena fe, acarician las doctrinas liberales, frecuentemente reprobadas por la Santa Sede”. Efectivamente Pio nono ponía el dedo en la llaga, pues el avance de la revolución no se produce únicamente por el impulso de la masonería, o los ateos revolucionarios, sino que la cooperación de los llamados católicos liberales fue, y sigue siendo, clave en el avance revolucionario.

La Asociación Editorial Tradicionalista ya ha publicado varios libros en los que denunciamos los errores del liberalismo, pues todas las corrientes ideológicas posteriores, socialismo, comunismo y fascismo, no dejan de ser hijas del mismo error liberal. Así en “El error del liberalismo”el Cardenal Louis Billot en el siglo XIX vio con claridad la impiedad intrínseca del liberalismo, y su lúcido análisis ha sido confirmado en el transcurso de los años, pues su profundo conocimiento de los principios doctrinales de la revolución le permitieron anticipar las nefastas consecuencias sociales a las que nos lleva el individualismo, la negación de la autoridad, y sobre todo la negación de Dios, dogmas revolucionarios encarnados a la perfección por el liberticida liberalismo. Efectivamente el mal está en los principios de la Revolución, consagrados por la legislación, que continúan reinando sobre el espíritu público, estableciéndose en la opinión, penetrando cada vez más en las masas. Igualmente hemos publicado “El catolicismo liberal” de Gabino Tejado, libro que proporciona a sus lectores un instrumento eficaz para combatir la Revolución que parece haber ocupado todos los espacios públicos, e incluso las conciencias de muchos católicos, que han olvidado que es inútil cualquier regeneración social si no tiene su fundamento en Cristo.

En ¡Viva el rey! Monseñor de Segur enfrenta uno de los graves problemas de la revolución: la falta de autoridad, y defiende la monarquía como la mejor forma de gobierno. Si bien es cierto que dicha defensa se concreta en la figura de Enrique V (1830-1883), conocido también como el Conde de Chambord, no es menos cierto que los argumentos utilizados para defender los derechos al trono del rey legítimo de Francia pueden extrapolarse a cualquier situación revolucionaria.

Monseñor de Segur nos recuerda que la política de un gobierno es buena y sabia cuando el mismo se dirige según la verdad y la justicia de las ideas, las aspiraciones, y las fuerzas vivas de la nación. Por el contrario, su política es falsa cuando la dirección que imprime al país no es según la verdad y la justicia. Efectivamente, la bondad y sabiduría de un gobierno se demuestra precisamente en el sometimiento de su acción a la voluntad de Dios pues «¿qué más peligroso para la salvación de las almas que una dirección anticristiana dada por un poder cualquiera a las ideas de una nación, a sus instituciones públicas, a su educación, a sus leyes, a sus costumbres?»

En ¡Viva el rey! se pone de manifiesto que la mejor forma de gobierno es la monarquía, y esta defensa no es simplemente dogmática, sino hija de la experiencia, pues esta hizo comprender a los franceses de mediados del siglo XIX, y nos hace comprender a nosotros ahora, que no es posible edificar sobre las arenas movedizas del principios que uno se forja a sí mismo, y que en la política hay verdades a las que es preciso volver de buen o mal grado si no se quiere ser siempre el juguete o la víctima de la revolución, por lo que como hijos extraviados es necesario volver a la monarquía legítima y tradicional.

Efectivamente la revolución, y los católicos inadvertidos que colaboran con ella, seducida por las ideas de los filósofos disolutos ha rechazado la autoridad de los soberanos legítimos, y ha obligado a los pueblos a renegar de sus glorioso y religioso pasado para abandonarse al primer advenedizo que se presente como nuevo mesías. En este sentido si observamos la historia de los diferentes países europeos desde la Revolución Francesa de 1789 hasta la actualidad comprobamos como los pueblos se han lanzado a toda suerte de aventuras republicanas, dictatoriales, constitucionales, parlamentarias, democráticas, socialistas, comunistas o fascistas, creyendo encontrar en cada nuevo gobierno, y en cada nuevo sistema, la paz, y hallando en realidad la ruina.

En este sentido Monseñor de Segur nos recuerda que la Francia postrevolucionaria fue castigada por donde había pecado, pues Francia después de haber abandonado su monarquía tradicional, llegó a esos abismos sin nombre en los que se hundieron los desdichados que se dejaron seducir por la revolución, cayendo el pueblo en la ruina y el deshonor. Frente al despotismo y la anarquía revolucionaria el único camino posible para lograr la libertad es la monarquía tradicional, apoyada en el derecho hereditario y consagrada por el tiempo, pues solo esa monarquía puede dar a cualquier país, «con un gobierno regular y estable, esa seguridad de todos los derechos, esa garantía de todos los intereses, ese acuerdo necesario de una autoridad fuerte y de una sabia libertad, que son las más sólidas bases del orden público, y la prenda más segura del bienestar de los pueblos.»

Desde la implantación de las ideas revolucionarias se ha hecho todo lo posible para arrancar de Europa la fe religiosa, y la fe política. Todo se ha puesto en juego para hacerle perder lo que podría llamarse el sentido de la autoridad, es decir, las verdaderas nociones y el amor de la obediencia. La legitimidad es esencialmente una cuestión de principios, y no debe hacerse de ella, como se acostumbra, una cuestión de personas. Un déspota es un hombre que gobierna, manda o prohíbe según su capricho sin tener en cuenta para nada la justicia y el derecho. Un tirano es un déspota cruel, un déspota que no tan solo gobierna arbitrariamente, sino que llega hasta oprimir y quebrantar al pueblo, ante estas realidades Monseñor de Segur se pregunta: «¿qué relación puede haber entre estas dos ideas y la de un rey legítimo, cristiano, amigo del orden y de la felicidad pública, ilustrado y conducido por la ley de Dios, dirigido por las luces de la fe en el recto sentido de la justicia?». Cuanto es de abominable el tipo del tirado y del déspota, tanto el del rey cristiano es noble, simpático y digno de respeto, pues nada es más opuesto al despotismo y a la tiranía que la verdadera monarquía cristiana y tradicional. Monseñor de Segur llega a afirmarque «esta monarquía es el poder más justo, más fuerte, y a la vez el más regulado que sea posible concebir. Pidiéndola sin cesar a Dios y a los hombres, pedimos, no la esclavitud, sino la libertad de nuestra patria. Queremos la autoridad, no el despotismo, la libertad, no la licencia, queremos el reinado de Dios sobre Europa, porque este reinado, olvidando desde tanto tiempo, no es más que el imperio de la verdad, de la paz, del orden y de la verdadera libertad». Frente a la dignidad monárquica la revolución solo es capaz de enfrentar la ciega autocracia del Estado revolucionario, que veja y suprime arbitrariamente lo que no le agrada, sobre todo la libertad católica, madre y protectora de todas las demás libertades.

Es necesario recordar que la monarquía no es tanto un hombre como un principio. Es el principio de un derecho que viene a sustituir la ausencia de todo principio, o lo que es más aún, a todos los principios erróneos, quiméricos, deletéreos, de la soberanía del pueblo y del ateísmo político. Es necesario denunciar a todos los católicos que colaboran con la revolución mediante partidos políticos que se presentan como conservadores y como centristas, pues «la revolución ha llegado a tal punto que no existe al presente medio posible para esos partidos medios, semiverdaderos, semifalsos, que creían poder vivir con algunos restos de verdad sin estar obligados a romper con los principios revolucionarios. En política como en religión esos partidos terceros no son posibles, pues si se quiere el restablecimiento del orden, es preciso quererlo todo entero, no solamente con sus consecuencias, sino también con sus principios, es decir, con el restablecimiento de una monarquía evidentemente legítima, cuyo derecho es indiscutible y superior a los caprichos y a las oscilaciones del pueblo». Conviene escoger: o bien ser hombre de orden con la monarquía legítima, o bien ser francamente revolucionario. Los mestizos, a quienes se llama los liberales, son revolucionarios ignorándolo, que creen que se puede sacar el orden del desorden, y la autoridad de los principios que la minan de base. Es preciso que escojan: o el Rey, o la revolución, o el derecho o el capricho, o el color blanco, o el rojo. No hay plaza para el tricolor, el cual es forrado de rojo, como lo vemos demasiado desde 1789.

Por ello es necesario la transformación del pueblo, pues en política como en religión, pasar del campo del error al de la verdad no es apostatar, sino convertirse y llenar un verdadero deber de conciencia.

Reflexiones sobre la constitución política de la Monarquía Española, publicada por las Cortes extraordinarias en 1812

La traición de Cádiz

Resulta vergonzoso ver como algunas corrientes liberales en la actualidad pretenden reivindicar el concepto de la hispanidad, por cuanto fue precisamente el liberalismo el que asestó el golpe de gracia a la unidad de los territorios que formaban el Imperio Español.

Una fecha 1812, y un acontecimiento, la Constitución de Cádiz, fueron la verdadera causa del fin de la hispanidad. Mientras los heroicos españoles peninsulares regaban los campos de España con su sangre para expulsar al invasor francés, y mientras los españoles americanos permanecían fieles a la monarquía hispana, los liberales masónicos se arrodillaban ante el imperio inglés y traicionaban al pueblo español elaborando la infecta Constitución de Cádiz.

Para descubrir la realidad de la nefasta Constitución de Cádiz la Asociación Editorial Tradicionalista reedita el libro “Reflexiones sobre la constitución política de la monarquía española publicada por las Cortes de Cádiz en 1812”, un libro impreso en 1821 que sigue conservando toda su actualidad por cuanto descubre, no sólo la traición de Cádiz, sino la antinatural ideología que inspira el constitucionalismo moderno que haciendo abstracción de las necesidades y tradiciones de los pueblos impone constituciones contrarias al sentir popular.

Efectivamente, en 1812 el pueblo español ni pedía, ni soñaba con una constitución, dedicando todos sus esfuerzos a la expulsión del francés invasor y propagador de doctrinas disolutas. Entonces, ¿por qué se le dio una Constitución? ¿No sería acaso el ánimo de dividir al pueblo lo que impulsó la promulgación de un texto constitucional por nadie pedido, y por nadie querido? Ante esta situación solo nos cabe preguntarnos, ¿cómo hubo temeridad para arrojar en medio del pueblo una manzana que podía serlo de discordia, y de discordia inextinguible que enfrentó y sigue enfrentando a los españoles? 1812 tendría que haber sido un año de unidad en la lucha contra el invasor, y no un año de oprobio en el que las redes masónicas ayudadas por los traidores constitucionalistas decidieron dar el golpe de gracia al imperio español.

Era cosa indudable que era imposible aplicar la Constitución de 1812 a España, cuya existencia estaba amenazada, y cuyo estado futuro no podía preverse con la debida precisión, y exactitud. La Constitución era un vestido hecho para la boda de un niño, encerrado todavía en el vientre de una madre atacada de convulsiones, y no era extraño que el que menos hallase ridículo el pensamiento de hacerlo coser tan de antemano.

La intención de la Constitución de 1812 era que el alma del pueblo no fuese una, una su idea, y uno su pensamiento. Viva la Religión, Viva el Rey, Viva España. Estos eran los tres puntos capitales sobre los que no se admitía capitulación, y que estaban impresos idénticamente en el corazón de todos, y que todos entendían de una misma manera. Más se publicó la malhadada Constitución y principiaron los comentarios sobre sus numerosos artículos, se sintió el ataque que en ella se daba a las antiguas leyes y costumbres, se puso al descubierto la reforma general a la que se aspiraba, y de repente, opiniones, preocupaciones, religión, intereses, pasiones, todo se encontró en movimiento. Se plantaron dos banderas enemigas en medio de la Patria, se oyó por primera vez los nombres de serviles y liberales, alistándose entre aquellos todos los amantes de las antiguas instituciones, y entre estos los decididos por una mutación total con el título de reforma, manteniéndose los unos con la firmeza del que posee, y acometiendo los otros con la animosidad del que procura adquirir, y aquella nación, cuya unidad había sido el pasmo del mundo entero, se halló dividida con el dichoso presente en dos campos encontrados, dispuestos a venir a las manos, y a convertir contra si las espadas en las que humeaba todavía la sangre de los invasores.

En una palabra, la Constitución era muy probable, por no decir enteramente cierto, que debía dividir los ánimos de los españoles, y la experiencia vino a confirmar este fundadísimo temor de la manera más solemne.

La Constitución puso en el olvido que las leyes fundamentales de la sociedad son obra de Dios, y no de los hombres, y que los hombres en vez de tener autoridad para destruirlas y variarlas tienen una obligación indispensable y rigurosa de sujetarse a ellas, es decir los padres de la constitución olvidaron que la sociedad es obra de Dios y no de los hombres. Así prostituyendo el orden político reconocieron la soberanía nacional, cuando lo cierto es que la soberanía no es otra cosa que la autoridad misma, o el poder en su último recurso, o la autoridad y el poder en su misma fuente, y si la soberanía residía esencialmente en la nación, era necesario que la fuente del poder, o la autoridad, se hallara en la nación, negando con ello que el poder o la autoridad indispensable para la formación y conservación de la sociedad, dimana de Dios y de Dios solo.

El texto de Cádiz llevó a la tolerancia con el error, con las falsas religiones, con las falsas creencias, y la tolerancia llevó al pueblo español a la discordia, y esta a la indiferencia precursora de la disolución. Acostumbró al pueblo a creer que el hombre había nacido para el gobierno, y que no debía existir sino para el mismo gobierno, por lo que el constitucionalismo llevó a pensar al pueblo español que lo único que le importaba saber es lo que le enseñara el gobierno a través del monopolio de la educación, que lo que le importaba obrar es lo que prescribía el gobierno, olvidando así las libertades civiles y regionales, que la moral de sus acciones dependía de los dictados del gobierno, olvidándose de la ley natural, y de la ley de Dios, es decir, la Constitución de Cádiz dio carta de naturaleza al régimen totalitario liberal al hacer creer al pueblo que el gobierno es su dios, y que no existe otro Dios que el gobierno.

La Constitución instauró el estado liberal por lo que al gobierno le atribuye la dirección exclusiva de la enseñanza, y supone en él la posesión exclusiva de la verdad, la infalibilidad y por tanto la divinidad. La Constitución supone que no hay verdad ni error, ni bien ni mal, y que el hombre no es otra cosa que una combinación mecánica dirigible por el gobierno cuya voluntad debe ser la única regla.

En resumen, la Constitución de Cádiz supuso la gran traición al pueblo español, por más que algunos quieren blanquearla y defender su herencia. Fue una traición inspirada en los principios de la revolución, fue una traición pues jamás se sometió al juicio del pueblo, fue una traición pues se aprovecho la invasión del francés para coger desprevenido al pueblo español, fue una traición pues se obligó al pueblo a arrodillarse ante falsos dioses, y se le obligó a aceptar la inspiración masónica que presidió todas las Cortes Constituyentes. ¿Cómo se pensó en tomar por única maestra a la misma revolución que se estaba combatiendo, y por oráculos a los mismos doctores cuyas teorías habían puesto el cetro en la mano del verdugo que nos oprimía? ¿Por qué especie de hechizo se fue a copiar lo que puesto en práctica un momento solo en el reino más floreciente de la Europa, puso la civilización del mundo entero a punto de perecer? ¿Lo qué ocasiono los mayores crímenes y los mayores desastres que recuerda la historia? ¿Lo que no pudo presentarse en público sino precedido de turbulencias espantosas, y seguido de cadalsos, de víctimas reales y del ateísmo? Porque tal fue la Constitución francesa de 1791, madre natural de la nefasta Constitución de Cádiz.

OTELO

Shakespeare en defensa de los católicos

Otelo ha pasado a la historia como la tragedia de los celos y Desdémona como el símbolo de la inocencia, pero, ¿Otelo representa algo más que los celos? y ¿Desdémona es tan inocente como algunos críticos defiende?

Lo primero que es necesario destacar es que Shakespeare era católico practicante en una Inglaterra muy anticatólica,  y esa catolicidad se puede ver en muchas de sus grandes obras, tal y como comprobaremos en el caso de Otelo

La primera representación de la que se tiene constancia de Otelo data del 1 de noviembre de 1604 en Londres, fecha en la que gobernaba Jacobo I, quien tras suceder a la reina Isabel I en el trono, en un primer momento permitió que los católicos practicaran su religión abiertamente, aunque según fue avanzando su gobierno la persecución a los católicos volvió a ser la práctica común.

Aunque algunos quieren ver en Otelo una tragedia en la que el único protagonista son los celos, en realidad la obra inmortal de Shakespeare va mucho más allá, y es una clara manifestación de la angustia y la ira que sintieron los católicos tras la reintroducción de leyes que hicieron ilegal la práctica de la fe católica y que hicieron que ser sacerdote o apoyar a los católicos fuera condenado con la pena de muerte. En este sentido recomendamos la lectura de la novela de Robert Hugh Benson titulada ¡A la horca! publicada recientemente por Ediciones Palabra.

Estas leyes de persecución a los católicos fueron reintroducidas poco a poco por el nuevo rey, Jacobo I, derrumbando las esperanzas de los católicos que habían esperado del nuevo monarca la tan ansiada libertad religiosa para los católicos.

Como católico, Shakespeare compartía con los miles de perseguidos una intensa ira hacia el nuevo rey por su acto de traición que había defraudado las esperanzas de los católicos ingleses.

Es sumamente curioso como Shakespeare para su Otelo se inspira en una obra de Cinthio, publicada en Venecia en 1565, y lo más significativo es que el malvado personaje que ocasiona toda la trama que concluye en tragedia en la obra original llevaba por nombre Alfiero que Shakespeare cambio por Yago, es decir Santiago, es decir el rey Jacobo I, vinculando por tanto al malvado y maquiavélico Yago, con el rey inglés que incumpliendo sus promesas volvió a perseguir a los católicos.

Otelo, por tanto, es un despiadado ataque al rey Jacobo, y una defensa a ultranza del catolicismo, no una mera representación teatral de los celos. En la primera escena del primer acto el propio Yago nos da la clave de esta interpretación al referir a otro de los protagonistas (Rodrigo) el lapidario “Yo no soy el que soy” parafraseando la forma en que Dios se reveló a Moisés diciendo «Soy el que soy» (Éxodo 3,14), es decir Yago (el rey Jacobo) no es el que es, no es el defensor del catolicismo, tal y como se había presentado al inicio de su reinado.

Poco antes de realizar esta afirmación el propio Yago ya refiere que «Dios sabe que no actúo por afecto ni obediencia, sino que aparento por mi propio interés”, es decir, como el rey Jacobo no actúa por el bien de su pueblo, ni de los católicos, sino por su propio interés en mantener el trono, por lo que Yago se declara de forma abierta anticristiano manifestando su orgullo, al igual que el protestantismo y el anglicanismo, considerando que él solo tiene el poder de ser lo que quiere ser sin la necesidad de Dios.

Habiendo tramado el complot para provocar la caída de Otelo (pues el propio Yago creía que Otelo le engañaba con su propia mujer), Yago hace uso de palabras engañosas, tratando, y consiguiendo, envenenar el espíritu de moro Otelo al insinuar que Desdémona está en una relación adúltera con Casio, envenenando así el amor del moro por su desventurada esposa. Yago representa el engaño pues no sólo engaña a Otelo, sino también a Rodrigo, y a Casio, fingiendo una inexistente amistad, y a su propia mujer Emilia, que es utilizada como instrumento para falsear las pruebas de la supuesta infidelidad de Desdémona.

En toda esta trama Desdémona se convierte en la protagonista involuntaria, y en la supuesta víctima inocente, pero ¿es ella tan pura y casta como muchos críticos parecen creer?

Para responder a esta pregunta, debemos comenzar con las razones de su atracción inicial por Otelo. No es su cortesía lo que la atrae, mucho menos su práctica de la virtud cristiana; son los historias que cuenta de sus aventuras en alta mar y en tierras extrañas, muchas de las cuales son claramente falsas las que atraen al amor de la bella veneciana, es decir Desdémona parece sentirse atraída por las mentiras de Otelo, y por tanto una relación montada sobre la mentira no parece la mejor manera de construir una sana relación matrimonial.

Desdémona, desoyendo los consejos paternos (acto de orgullo) presta su codicioso oido a las engañosas palabras de Otelo, y decida comprometerse con una aventurero que no tiene probada su fe cristiana. Desdémona se ha ganado el marido que desea y sacrifica los sentimientos de su padre en su decisión de fugarse con el moro. Actúa de manera precipitada e imprudente, y se equivoca ingenuamente en un matrimonio que la conducirá a la muerte.

Aunque Desdémona es de hecho “inocente” del pecado de infidelidad del que se le acusa, es culpable de una crasa credulidad al creer en las historias fantásticas que Otelo contaba sobre sus pasadas aventuras y es extremadamente crédula al fugarse con un hombre al que apenas conoce. Por lo tanto, es parcialmente culpable de la peligrosa situación en la que se encuentra. Ella es inocente del pecado de adulterio por el que fue asesinada, pero es culpable de la traición a su padre y la imprudencia inherente a su fuga.

La víctima irreprochable de la obra no es Desdémona sino Brabantio, el padre amoroso que murió con el corazón roto después de que su hija lo abandonara. Siendo esto así, es un error colocar a Desdémona en la ilustre compañía de las nobles y santas heroínas de Shakespeare.  Ella sufre las consecuencias de sus propias acciones irresponsables.

El orgullo por tanto parece ser el protagonista de la obra, el orgullo de una Desdémona despechada, que sin cálculo alguno decide entregarse a Otelo, el orgullo de un Yago que prima la venganza a cualquier otra razón, y que no concibe la moral como un freno, y el propio orgullo de Otelo que en su discurso final trata de justificarse al decir:  «hablad de quien amó demasiado y sin prudencia» pues para un católico el amor es siempre entregar la vida del amante por el bien amado. El amor es siempre morir a uno mismo para que uno pueda entregarse plenamente al otro. En este sentido, Otelo nunca amó a Desdémona. Por el contrario, en una inversión infernal del verdadero sentido del amor, Otelo entrega la vida de su amada en aras de sus propios celos, sacrificándola en el altar de su propio orgullo. Esto no es amor, sino todo lo contrario. En lugar de ser alguien “quien amó demasiado y sin prudencia”, era alguien que ni amaba sabiamente ni lo suficientemente bien.

BALMES APOLOGISTA

Balmes glorioso cruzado de la verdad y de la fe, invencible campeador en sus guerras contra los moros de la inteligencia

La ley de memoria histórica pretende que olvidemos la verdadera historia de España, y pretende sepultar en el olvido las víctimas del terror rojo. Esa mal llamada memoria histórica no es un invento actual de nuestra pobre clase política, pues como antecedente claro hemos de citar la labor realizada por los liberales que durante dos siglos han ocultado el verdadero espíritu de los españoles creando el gran mito de la Constitución de Cádiz, ocultando no solo que dicha constitución fue impuesta, sino que ocasionó la pérdida de los territorios de ultramar, y que a la larga fue la responsable de varias guerras civiles en la España del siglo XIX.

Hoy la Asociación Editorial Tradicionalista recupera la figura de don José María Ruano y Corbo, literato asesinado, como tantos otros, por el terror rojo en Paracuellos del Jarama.

José María Ruano y Corbo (Salamanca, 28 de marzo de 1870-Paracuellos de Jarama, 7 de noviembre de 1936) era hijo de Fabián Ruano Hidalgo, catedrático de Latín y Griego de la Universidad de Salamanca. Siguió los estudios de primera enseñanza en su ciudad natal, y en 1883 entró en el noviciado de la Compañía de Jesús, de Loyola, en donde cursó Letras humanas y Filosofía. En 1890 cursó la carrera de Filosofía y Letras, en Salamanca y Madrid, doctorándose en 1898. En 1902 ganó, por oposición, la cátedra de Lengua y literatura castellana del Instituto General y Técnico de Baeza, desde el que pasó, por concurso, a desempeñar sucesivamente las de los Institutos de Reus, Jaén, Santiago y Badajoz. En sus clases fomentó el espíritu religioso y patriótico de sus alumnos y ensalzó a Lope de Vega como símbolo de la España tradicional.

Escribió más de cuarenta libros. Se distinguió como poeta lírico y como crítico literario, demostrándolo en sus estudios El teatro de don Adelardo López de Ayala; Preceptita literaria; El alma. Estudios metafísicos (Madrid, 1899), con un prólogo de Francisco Fernández y González; Balmes apologista (Santiago, 1911); Las dos Romas (Badajoz, 1925), y sus poemitas A María Inmaculada y Lírica sagrada.

Militante del Partido Integrista, fue colaborador del diario tradicionalista El Siglo Futuro. Durante la Segunda República destacaron sus obras Apología del cristianismo en la literatura española (1932), prologada por Juan Marín del Campo; Las dos Romas (1933), cuya edición regaló a la Editorial Tradicionalista, y El Socialismo a la luz del Evangelio (Tortosa, 1934).

Tal y como ya hemos referido fue asesinado durante la guerra civil española, víctima de la represión en la zona republicana, dejando viuda y cuatro hijas.

 
En nuestra labor de recuperar del olvido viejos textos, que todavía hoy conservan vigencia, hemos decidido publicar en nuestra colección facsímil un breve folleto editado en 1911 que lleva por título «Balmes apologista». El texto merecidamente recibió el primer premio en los Juegos Florales del Ateneo León XIII de Santiago el día 26 de Julio de 1910.

Este breve texto, presentado ahora en formato libro (70 páginas a un precio de 5,95 €), supone una inigualable oportunidad de acercarse a la egregia figura de Jaime Balmes que dejara para la posterioridad obras de obligada lectura como «El criterio» «Filosofía elemental», «Filosofía fundamental» «El protestantismo comparado con el catolicismo» o «Cartas a un escéptico en materia de religión».

Tal y como refiere Ruano, Balmes fue un «batallador reflexivo que con esmero virtuosísimo, con elevadas miras y clarividencia incomparable atacó a los enemigos del dogma en su misma base; y conociendo que los herejes modernos involucran los conceptos, tergiversando los vocablos y sacan de quicio la verdad, excitando las pasiones para entenebrecer el entendimiento, sentó en su Criterio los cimientos de su obra apologética, fortaleza arquitectónica de tan preciosa solidez que en su baluarte han de estrellarse necesariamente cuantas objeciones vanas y declamatorias lanzan hoy desaconsejados políticos e ilógicos periodistas contra la Religión de Jesucristo”.

Sin duda alguna su obra más conocida y difundida es «El criterio» pues en cada página va desgarrando un velo ante nuestra inteligencia y encendiendo una luz nueva para mostrarnos la verdad radiante de hermosura. Con mano maestra retrata Balmes «el despertar del espíritu humano en el siglo XIX. Sabiamente nos pinta el cuadro del mundo a los ojos de los falsos filósofos que precedieron a la revolución francesa».

Tal y como refiere Balmes en su «Filosofía fundamental» la filosofía del siglo XVIII se había sentado en las tinieblas y sombras de la muerte, y se declaraba a sí misma en posesión de la luz y de la vida, y así la filosofía actual está todavía en la oscuridad.

Efectivamente, Balmes fue un «glorioso cruzado de la verdad y de la fe, invencible campeador en sus guerras contra los moros de la inteligencia, no hay error que no se deshaga, ni juicio atrevido que no castigue, ni sofisma cuya grosera urdimbre no descubra».
 
Título: Balmes apologista.

Autor: José María Ruano y Corbo

Editorial: ‎ Asociación Editorial Tradicionalista, Colección Facsímil

Páginas ‏: ‎ 70 páginas

ISBN-13 ‏ : ‎ 979-8496771092

Edición tapa blanda‏ : ‎ 15.24 x 0.46 x 22.86 cm

P.V.P: 5,95 € (gastos de envío gratuitos para clientes prime)

EL ERROR DEL LIBERALISMO

Los engaños de la Revolución

EL CARDENAL LOUIS BILLOT (1846-1931), gran teólogo tomista, “honor de la Iglesia y de Francia” (Merry del Val), fue uno de los más íntimos colaboradores de San Pío X en su lucha contra el modernismo. Contrarrevolucionario nato, de la estirpe del Cardenal Pie, desmenuzó magníficamente la intrínseca incompatibilidad entre el cristianismo y la Revolución. El liberalismo católico “es un pie en la Verdad y un pie en el error, un pie en la Iglesia y un pie en el siglo, un pie conmigo y un pie con mis enemigos” PÍO IX.

La obra que hoy presentamos es fiel reflejo de su estilo directo, claro, viril y sin rodeos, estilo en el que no esconde su sentida humildad religiosa, y su compromiso con el dogma verdadero, sin adulteraciones ni aderezos, lo que permitió a Merry del Val catalogarlo como “honor de la Iglesia y de Francia” (Merry del Val, 1913), o ser llamado por sus alumnos “el príncipe de los teólogos” .El lector podrá comprobar como Louis Billot vio con claridad la impiedad intrínseca del liberalismo, y como su lucido análisis ha sido confirmado en el transcurso de los años, pues su profundo conocimiento de los principios doctrinales de la revolución, le permitieron anticipar las nefastas consecuencias sociales a las que nos lleva el individualismo, la negación de la autoridad, y sobre todo la negación de Dios, dogmas revolucionarios encarnados a la perfección por el liberticida liberalismo. Como resumen sirvan las palabras pronunciadas por Billot en su “Elogio del Cardenal Pie”: “El mal está en los principios de la Revolución, de hoy en más consagrados por la legislación, que continúan reinando sobre el espíritu público, estableciéndose en la opinión, penetran-do cada vez más en las masas”. La Asociación Editorial Tradicionalista, con la reedición de la obra de Billot, proporciona a sus lectores un instrumento eficaz para combatir la Revolución que parece haber ocupado todos los espacios públicos, e incluso las conciencias de muchos católicos, que han olvidado que es inútil cualquier regeneración social si no tiene su fundamento en Cristo. Por eso, hoy más que nunca, es preciso luchar por la verdad, y esa lucha se ha de entablar primeramente contra nuestra propia comodidad, nuestra falta de formación intelectual, y nuestra molicie, pues la lucha por el Reinado Social de Cristo por medio de María tiene que contar con nuestra activa militancia.

ESCOLIOS PARA EL COMBATE

El nacionalismo catalán al descubierto

Vivimos inmersos en una guerra del mal contra el bien, que además es total, en la que todos los grandes medios de comunicación se han puesto a favor del mal. Y no hace falta conocimientos elevados de estrategia militar para saber que cuando el enemigo pretende controlar un núcleo vital, como es la información, hay que desalojarle del mismo.
Para bien o para mal los medios de comunicación llegan hoy a todas partes, y van filtrando su veneno incluso en las familias que con mayor integridad han mantenido la defensa de la fe y la ortodoxia de los principios. Por eso son tan de agradecer los guerreros que se aprestan a hacer frente al enemigo desde su propia trinchera, la de los medios de comunicación.
Un ejemplo magnifico de ello es nuestro correligionario, que no necesita presentación, Javier Barraycoa Martínez. En este volumen recogemos los artículos más destacados de estos tres últimos años. En ellos al hilo de la actualidad no duda en «enganchar» las cosas desde arriba, desde los principios, sacando de cada nota de actualidad una moraleja perdurable… y en ocasiones procede al revés: nos trae un episodio histórico para recordar que la historia, en ocasiones, se repite. Y que aquellos hechos aciagos del pasado que creíamos no volverían han vuelto. Y es que si se dan las mismas circunstancias de pérdida de principios y de primicia del egoísmo, el desinterés y la falta de apasionamiento en defensa de la verdad -cuando no directamente la falta de defensa de la verdad- es más que probable que todo vuelva a suceder.
Ojalá estos artículos sirvan para que, en efecto, si vuelven nuestros viejos fantasmas vuelva la sana y valiente reacción contrarrevolucionaria que un día fue capaz de derrotar a los perversos.

¡SUREÑOS A LAS ARMAS!

Historia de los realistas chilenos

Vale aclarar, más tarde que nunca, de manera enfática y viril los hechos acontecidos. No hubo independencias en América, sino secesiones instadas por Inglaterra, a través de logias masónicas, en la que destacó la “Lautaro”.

El trato con los indígenas en América siempre fue deferente y proteccionista. Las leyes de Indias son un ejemplo único en el mundo. Sólo basta mirar, con mediana agudeza, a quienes tienen enfrente para constatar que no fueron arrasados como sucedió en África con las colonias inglesas y holandesas. ¿Acaso el mismo hijo del Virrey O’Higgins no fue educado con hijos de caciques? En estos tiempos, alguien se imaginaría que los hijos del presidente de turno estudien bajo la misma instrucción. Un criollo, araucano o un huilliche en 1812 tenía los mismos derechos y beneficios de un madrileño. Por tanto, también el término “Colonias” no se ajusta a la realidad. Se puede asegurar, además, que la labor de conformar los idiomas de los indígenas americanos, que tenían una cultura ágrafa, fue gracias a la llegada de los españoles, y a las congregaciones de los jesuitas y franciscanos.

Los indígenas se alistaron por el rey porque no eran ingenuos. Sabían perfectamente que las nuevas autoridades no respetarían los acuerdos que habían logrado con los reyes católicos. ¿Acaso alguien pelea por su opresor tantos años de puro ingenuo? La desgracia de la América española fue la separación forzada de su madre patria. Deformada de su estado original, fue balcanizada en pequeños países que pasaron a manos británicas y norteamericanas, casi inmediatamente.

De cuatro prósperos virreinatos, pasamos a estas desgraciadas naciones que, siguiendo el plan de nuestros enemigos históricos, permanecen distanciadas por insistentes políticas de odio de sus gobernantes.Entonces, nada de raro es que casi todos los presidentes de Chile hayan sido miembros de la masonería. Qué tipo de motivación habrán tenido Rondizzoni, O’Carroll, Beauchef, Miller, Tupper, Brayer y Cochrane por “liberar” a Chile después de haber combatido en las guerras napoleónicas. Dejo la reflexión.

En cambio, los ejércitos realistas de Chile, casi en su totalidad, estuvieron constituidos por criollos, milicianos e indígenas del sur. y, no se debe olvidar, que los peninsulares apenas llegaron en forma de un par de batallones. “Curiosamente” se obvia que desde Lima también vino ayuda para las tropas realistas. ¿Alguien sabe que soldados del Perú pelearon en la gloriosa batalla de Rancagua, en 1814, collereando junto a chilotes, valdivianos y chillanejos?

JUAN DE MARIANA Y LA DEFENSA DE LA CRISTIANDAD HISPANA

Juan de Mariana, ni modernista, ni liberal. Las mentiras de la Escuela Austriaca.

El liberalismo es pecado en tanto en cuanto:

1) Entiende la libertad como obrar según se le antoje a cada cual sin más límite que la libertad del otro; cuando la auténtica libertad «incluye la necesidad de obedecer a una razón suprema y eterna, que no es otra que la autoridad de Dios imponiendo sus mandamientos y prohibiciones»

2) Entiende la autoridad pública como voluntad del pueblo, cuando el poder procede de Dios.

3) por todo ello el liberalismo hace de la libertad de acción, entendida como exención de toda coacción, un absoluto, un fin en sí mismo; y sin embargo, lo verdadero es que no toda coacción es un mal.

En el liberalismo hay grados, y hay quien admite más o menos leyes; y quien admite más o menos autoridad política. Sin embargo, cualquier corriente ideológica o intelectual que mantenga cualquiera de los tres (y más los tres a la vez) puntos anteriores -en grado mayor o menor-, está condenada por la Iglesia, y un católico no puede adherirse a tales teorías y pretender seguir siendo católico. En los últimos tiempos, algunas escuelas económicas liberales han querido apropiarse de las aportaciones realizadas a la ciencia económica por la Escuela de Salamanca, y sin duda alguna, en este proceso de desnaturalización y apropiación, el jesuita Juan de Mariana ha sido la principal víctima de esta manipulación.

En este debate ha intervenido Daniel Marín Arribas, que con la publicación de su obra “Juan de Mariana y la defensa de la cristiandad hispana”, ha configurado una esclarecedora obra que sitúa a Juan de Mariana en su correcto contexto histórico, y ha insistido en el profundo carácter antimodernista y antiliberal de la Escuela de Salamanca.

El autor, de forma magistral, nos recuerda que el jesuita Juan de Mariana era profundamente monárquico, y como tal antiabsolutista, por cuanto el absolutismo nunca gozó de prestigio entre la intelectualidad hispana. Como no podía ser de otro modo, es precisamente el antiabsolutismo de Mariana el que convierte a la apropiación del eximio autor por algunas corrientes liberales, en un auténtico delirio sin justificación alguna, pues es necesario recordar que el liberalismo no es más que una forma de absolutismo, presentado de forma artera como sinónimo de libertad.

El liberalismo apartó de la vida social la verdad, y la libertad, y convirtió al hombre en la medida de todas las cosas, relegando la virtud individual y colectiva a un plano residual. Como hijo de la revolución, el liberalismo ha defendido un igualitarismo antinatural, y contraproducente, reduciendo la libertad a un mero concepto sin realización práctica.

Sin duda alguna, la apropiación por algunos liberales de la figura del padre Mariana evidencia el escaso número de intelectuales liberales, y el residual apoyo del liberalismo en los territorios hispanos, por lo que los nuevos liberales se han visto forzados a buscar antecedentes intelectuales precisamente en la escuela intelectual menos liberal: la Escuela de Salamanca.

Pero Daniel Arribas no solo consigue desenmascarar el engaño intelectual de las nuevas corrientes liberales, sino que además consigue transmitir con pulcritud intelectual como Juan de Mariana representa lo mejor de la cristiandad hispana, por cuanto la única hispanidad posible es la hispanidad cristiana, representada por figuras como Mariana, sin que sea posible defender una Hispanidad no católica, hecho que precisamente supone la gran tragedia de la caída del Imperio Español, por cuanto, si bien como Imperio el mismo era accidental, sin embargo por cuanto católico era esencial para defender la verdadera libertad humana.

Efectivamente, la hispanidad se forjó en su constante defensa de la cruz, desde la Reconquista frente al invasor islámico, hasta la lucha contra el ateo opresor francés, y las guerras carlistas del siglo XIX contra el liberalismo deshumanizado, pasando por la evangelización del Nuevo Mundo, el liderazgo en la lucha contra el protestantismo, o la defensa de la cristiandad frente al impío comunismo en la guerra del 36.

Mariana, precisamente, es una de las más señeras figuras de esa cristiandad que es necesario alzar hoy en día contra un liberalismo cultural y económica que pretende ostentar una hegemonía que no le corresponde, contra un liberalismo que pretende un cristianismo de base sin Papa, una política sin Dios, una ley sin Derechos, que defiende a ultranza una razón sin Fe, y una economía sin moral.
La Escuela de Salamanca supone verdaderamente una negación de las ideas liberales y modernistas, por cuanto la modernidad supone un proceso de secularización, erigiendo al hombre en un absoluto ontológico, sin referencia al único Dios Creador. La modernidad, y todo liberalismo, supone un gran movimiento de apostasía para el establecimiento de una falsa religión universal que convertirá al hombre en esclavo de sus pasiones, y en esta trama emerge la figura del gran jesuita Juan de Mariana, como intelectual señero en lucha contra el absolutismo y el relativismo.

Mariana supo anticiparse a la decadencia de la Hispanidad Católico y denunció de forma vehemente los vicios que llevarían a la caída del imperio español: vicios hoy representados no solo por el socialismo, o el comunismo, sino representado por un liberalismo que ahora se pretende presentar engañosamente como católico. Mariana luchó contra el absolutismo, hoy representado por el absolutismo partitocrático que se cree con competencias suficientes como para legislar en contra del derecho natural y la recta razón, lucho contra el centralismo, hoy representado en un nuevo orden mundial propugnado por un liberalismo que pretende convertir a las sociedades en mercados uniformes, y lucho contra un extranjerismo, hoy representado por el falso multicultarismo, que lejos de defender las diversidad de los pueblos, pretende la uniformidad social y cultural, como mejor mecanismo de control.

Mariana, ni es un precursor del liberalismo, ni puede representar el absolutismo democrático propugnado por las escuelas liberales. Sin embargo, interpretaciones sesgadas e interesadas de parte, han pretendido hacer pasar su doctrina del tiranicidio, su lucha contra el absolutismo, o su denuncia sobre la adulteración indiscriminada de moneda, como aval de las doctrinas liberales, sin reparar que su defensa del tiranicidio, no es aval de la voluntad de la mayoría, su lucha contra el absolutismo, no es aval en defensa del totalitarismo democrático, y su denuncia sobre la adulteración de la moneda, no supone defender un sistema monetario de libre circulación absoluta.

 
Frente al ateísmo social, Mariana puso en el centro a Dios y su Derechos, impugnando de esta forma el dogma liberal que endiosa el libertinaje y los falsos derechos. Frente al absolutismo democrático, Mariana propugnó la Monarquía Hispánica, que supo instaurar el poder limitado, el respeto imperativo a la Ley Natural, y la verdadera representación popular mediante un verdadero sistema de Cortes representativas. Frente a la Revolución, defendió el tiranicidio, al reconocer que la ley injusta no obliga, y que la ley dictada no necesariamente ha de ser obedecida, pero advirtiendo que la calificación de tirano no quedaba al arbitrio de un particular, ni siquiera al arbitrio de muchos, tal y como la revolución engañosamente enseña. Frente a la libertad moderna, Mariana defendió la verdadera libertad como aquella facultad del intelecto y la voluntad para orientar los actos al bien y la Verdad. Frente al capitalismo,  y al socialismo, Mariana propugna una economía vinculada a la economía de la salvación, reconociendo a la propiedad privada su necesario destino social, imponiendo a los ricos el deber de la limosna, requiriendo la intervención del poder civil para garantizar la ordenación de las riquezas hacia el bien común, y reconociendo al rey la potestad del curso legal de la moneda.

GALERÍA CARLISTA EN EL NUEVO PELAYO (1872-73)

Historia de los héroes carlistas

EL NUEVO PELAYO: PERIÓDICO CATÓLICO LEGITIMISTA fue un periódico semanal que se publicó todos los domingos desde el 4 de agosto de 1872 hasta el 13 de julio de 1873, haciendo un total de 51 números. Su director fue Leopoldo Vázquez y Rodríguez (1844-1909). La publicación manifestaba en su cabecera, hasta el número 47, que era la «Revista política de El Ermitaño». Esta revista fue dirigida y era escrita por el Beato Padre Francisco Palau y Quer (Aitona, Lérida, 29 de diciembre de 1811-Tarragona, 20 de marzo de 1872), un carlista por desgracia hoy en parte olvidado. Desde el número 18, primero correspondiente al mes de diciembre de 1872 empezó a publicar una litografía de un personaje carlista con una breve biografía. Es esta sección la que reproducimos en el libro que hoy presentamos.

Los personajes biografiados son: Rafael Tristany Parera (1814-1899), Francisco Savalls y Massot (1817-1885), Juan Castells Rosell (1802-1891), Ramón Cabrera Griñó (1806-1877), Francisco Auguet Serra (1812-1880), Don Carlos de Borbón, Carlos VII (1848-1909), Don Alfonso Carlos de Borbón (1849-1936), Juan de Dios Polo y Múñoz de Velasco (1810-1885), Antonio Dorregaray y Dominguera (1823-1882), Juan Francesch y Serret (1833-1872), José Guiu, Manuel Camats, Pedro Fábrega, Jerónimo Galcerán y Tarrés (1820-1873), Joaquín Elío y Ezpeleta (1806-1876), Martín Miret y Queraltó (1846-1896), Dña. Margarita de Borbón-Parma (1847-1893), Antonio Lizárraga y Ezquiroz (1817-1877), Juan Borrás (a) Cadiraire, Antonio Vila del Prat [José Vila y Crivillers] (1813-1891), Dña. Mª de las Nieves de Braganza (1852-1941), Manuel Fontova, Vicente Sabariegos Sánchez (1810-1873), Manuel Santa Cruz Loidi (1842-1926), Isidro Pascual Gamundi (1817-1884), José Querol, Ramón Tristany, Teodoro Rada Delgado (a) Radica (1822-1874), Felipe Muxí y Alsina (1826-1881), José Pérula y de la Parra (1830-1881) y Juan Savalls Vivaudo (1856-1924).

EL HIMALAYA DE MENTIRAS DE LA MEMORIA HISTÓRICA

La verdad sobre la República y el franquismo

Laureano Benítez es un fiel militante de la causa patriótica y religiosa. Prolífico escritor, autor de más de 35 libros, y uno de los articulistas más activos. En su último libro, El Himalaya de mentiras de la memoria histórica, con la precisión y rigor que le caracteriza, refuta brillantemente las miríadas de mentiras vertidas por la inicua ley de la Memoria Histórica.

El autor parte de la idea central de que la «Memoria Histórica» que los gobiernos de España quieren imponer como ideología oficial sobre la República, la Guerra Civil y el franquismo es una gigantesca operación de lavado de cerebro, basada en un «Himalaya de mentiras» transmitidas a través de la enseñanza, los medios de comunicación y la industria del entretenimiento, cuyo objetivo es crear un antifranquismo que les permita la ruptura con la España de Franco que no pudieron hacer en el 78, regurgitando un Frente Popular que asegure la hegemonía del pensamiento neomarxista de los partidos de izquierda que contribuya a la destrucción de España, siguiendo los dictados del Nuevo Orden Mundial.

Debido a que las nuevas generaciones no vivieron la España de Franco, y debido a que han sido adoctrinados alevosamente en una visión deformada y falsa de esa época por ese gigantesco lavado de cerebro, es muy posible que jamás puedan hacerse una idea correcta de lo que supuso para nuestra historia la enorme contribución de la España franquista. Por este motivo, Laureano Benítez compara su obra con una especie de «testamento» de la España de antes; de la España que vivió con Franco su era de mayor paz, orden y progreso, dejando constancia para la posteridad antes de que su recuerdo se pierda para siempre, y antes de que la pretendida reforma de la inicua y totalitaria ley de memoria histórica actual haga imposible la publicación de libros como éste, que pretenden proclamar la verdad de los hechos. En previsión de que ese totalitarismo censor se haga tenebrosa realidad en España, el libro pretende dejar constancia para la posteridad de cómo fue la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad de la España anterior a la Transición.

Las mentiras desveladas en el libro se articulan en tres ejes principales: en primer lugar, destaca la enorme falacia de afirmar que la República era un régimen legítimo y democrático. Porque la República no fue legítima, pues se instauró mediante el alevoso pucherazo electoral de las elecciones de 1931 —en las que ganó la monarquía de manera abrumadora—, pucherazo que puede considerarse un auténtico golpe de Estado. También careció de toda legitimidad el triunfo del Frente Popular en 1936, merced a otra alevosa manipulación del resultado de las urnas. Junto a estas ilegalidades, la izquierda revolucionaria desencadenó varios golpes de Estado —contra la Monarquía y contra la República— en 1917, 1930, 1933, y 1934.

Junto a su ilegitimidad, en esta obra se explica que la segunda gran mentira sobre la Segunda República es considerarla un régimen democrático, ya que gobernó mediante una legislación y una práctica antidemocráticas que recortaron gravemente los derechos ciudadanos, especialmente por lo que se refiere a sus constantes ataques a las derechas y a los católicos.

El libro presta una especial atención al holocausto católico, exponiendo con detalle los crímenes que cometió el Frente Popular contra los creyentes, detallando multitud de casos donde se muestra la barbarie represora de las izquierdas. La tesis del autor es que la persecución a la Iglesia no es un efecto colateral del régimen republicano, sino que estaba perfectamente diseñada de antemano, puesto que desde el triunfo republicano, a los pocos días de proclamarse, empezaron a dictarse las primeras medidas contra la Iglesia Católica, medidas que degeneraron en una espantosa persecución después del Alzamiento.

Fue tal la magnitud del desastre, que el historiador de nuestra guerra Hugh Thomas afirmaba que en ningún momento de la historia de Europa, y quizás incluso del mundo, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y todas sus obras.

Bajo este planteamiento, el Alzamiento Nacional no fue un golpe de Estado fascista contra un gobierno legítimo y democrático, sino contra un régimen frentepopulista que pretendía desarrollar en España una revolución comunista que convertiría a España en un país satélite de la Rusia soviética.

La tercera falsedad del «Himalaya» según Laureano Benítez es calificar el régimen franquista como genocida. Aunque eliminó las libertades políticas, estas limitaciones afectaron especialmente a los que, bajo el disfraz de demócratas, eran puro totalitarismo: socialistas, comunistas, anarquistas y separatistas. Además, la democracia partitocrática que padecemos en la actualidad no es la única forma de sistema democrático, ya que también existe la «democracia orgánica», fundamentada en que todo individuo pertenece a una familia, un municipio y un sindicato, que son las tres instancias que verdaderamente representan a los ciudadanos, y no los corruptos y traidores partidos políticos, que anteponen sus intereses a los de la Patria y el Bien Común.

 

En cuanto a su naturaleza supuestamente genocida, las cifras de los investigadores más objetivos cifran en unas 23.000 el número de personas condenadas a muerte por los tribunales militares, muy lejos de las cifras de la historiografía oficial marxista, poniendo de relieve las numerosas amnistías que conmutaron las penas capitales.

 
Durante el régimen de Franco disfrutamos de todas las libertades inherentes a la dignidad humana, excepto en lo que se refiere a las libertades políticas: cualquier persona que haya vivido bajo Franco, puede atestiguar que la inmensa mayoría de los que vivieron en la España de Franco jamás tuvieron la sensación oprobiosa de vivir bajo una sanguinaria tiranía, ni mucho menos, ya que disfrutaban de una inmensa panoplia de libertades. De ahí la abrumadora adhesión al Caudillo, y la nula oposición democrática que tuvo durante 40 años. A su fallecimiento, el 82% de los españoles mostraba adhesión al Caudillo, clara señal de que su mandato no había sido ejercido desde la tiranía y el totalitarismo.

En el libro también se pasa revista a los logros económicos de la España de Franco ya que, junto con el orden, la estabilidad y la paz, Franco llevó a España por las sendas del progreso más extraordinario, único en nuestra historia y en la historia del mundo.

Al lado de las cifras macroeconómicas, durante la época de Franco la población española adquirió las coberturas del Estado de Bienestar y la Seguridad Social de que hoy disfrutamos: Seguridad Social, seguro de invalidez, pensión de jubilación, pagas extra, vacaciones pagadas, descanso dominical, sueldo mínimo interprofesional, subsidio de paro…

 

Finalmente, en la obra se hace un llamamiento a la lucha contra la «Memoria democrática» que se quiere implementar en breve, pasando por alto los desmanes de la Segunda República, haciendo un esfuerzo por investigar para encontrar la verdad de nuestra Historia, que es muy distinta a como nos la han contado.

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